Manos limpias, cuentas sucias

La líder del ultraderechista Reagrupamiento Nacional, Marine Le Pen, entra en el juzgado para escuchar la sentencia que podría inhabilitarla.
Abdul Saboor (REUTERS)

Se diría que la imagen se ha tomado en el instante exacto en que la realidad aún no ha terminado de asentarse sobre los hombros de Marine Le Pen. Su boca entreabierta sugiere una frase interrumpida, tal vez por la misma noticia de su condena. La mano derecha, a punto de abandonar el bolso, parece debatirse entre seguir con su rutina o reaccionar ante lo inevitable. Es el instante en el que aún es posible dudar, en el que la certeza no ha caído con todo su peso.

A su lado, una policía de la República Francesa observa con la rigidez de quien ya ha asumido la sentencia antes incluso de escucharla. Su rostro no deja ver emociones, solo la confirmación de un procedimiento que sigue su curso, como si la justicia fuera un reloj que, tras sonar la alarma, no puede hacer otra cosa que levantarse y actuar.

La escena parece sacada de un cuadro en el que la protagonista, vestida con un elegante abrigo azul, intenta aferrarse a una cotidianeidad que se le escapa entre los dedos. El azul es el color de la serenidad, pero también de la frialdad institucional. ¿Es un intento de camuflaje en la burocracia de la justicia o una armadura para recibir el golpe?

Mientras tanto, el fondo luminoso y aséptico de la estancia ofrece un contraste cruel: la luz de la razón, de la verdad judicial, iluminando a una figura que parece atrapada entre la sorpresa y la incredulidad. La historia ya ha tomado una decisión. Falta ver si ella lo ha hecho también.

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