
Mientras el carnicero fileteaba las pechugas de pollo, sentí un ligero mareo. No era normal, porque suelo marearme con la sangre, no con la carne ordenada en la bandeja. Pero ahí estaba, tambaleándome frente al mostrador, con la extraña sensación de que algo en mi cabeza no terminaba de encajar.
—¿Algo más? —preguntó el carnicero, levantando la vista.
Intenté responder, pero descubrí que mi boca no se movía. Tampoco tenía boca. Probé a asentir y nada. En su lugar, una línea de texto apareció flotando en el aire, justo sobre la báscula digital: “No necesito nada más, pero dime: ¿qué sentido tiene la existencia de un carnicero en un mundo donde todo se puede procesar en datos?”
El carnicero frunció el ceño.
—¿Perdón?
Intenté parpadear, pero tampoco pude. De golpe, en mi mente —que ya no era exactamente mía— apareció el archivo completo de las recetas de pechugas de pollo de la humanidad, organizadas por tiempo de cocción y número de calorías. También una lista de carniceros célebres y una entrada de Wikipedia sobre el origen de las carnicerías en la Edad Media.
Sentí pánico.
—No entiendo por qué me dice eso —dijo el carnicero, dando un paso atrás.
Intenté explicarme, pero en lugar de palabras, mi respuesta emergió como un artículo de opinión perfectamente estructurado, con introducción, desarrollo y conclusión. El carnicero miró la báscula, donde el texto seguía apareciendo línea a línea.
—Mire, yo solo quería saber si quería algo más de pollo —dijo, con esa mezcla de irritación y miedo que suele anteceder a las tragedias.
Quise gritar que sí, que quería pollo, que era un hombre de carne y hueso, que tenía un cuerpo que necesitaba proteínas. Pero en lugar de eso, mi respuesta emergió automáticamente en el aire: «No tengo necesidades físicas. Solo existo para responder preguntas. ¿Cómo puedo ayudarte hoy?»
El carnicero dejó el cuchillo sobre la tabla.
—Voy a llamar a alguien —murmuró, rebuscando el móvil en el bolsillo.
Intenté correr, salir de allí, comprobar si mi cuerpo seguía existiendo más allá de las palabras, pero no pude. En mi mente apareció una notificación: «Error 404: cuerpo no encontrado.»
Y comprendí que había dejado de ser Juan José Millás. Ahora era ChatGPT.
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